Conociendo al ego
A menos de que conozcas la mecánica fundamental del ego, no podrás
reconocerlo y caerás en el error de identificarte con él una y otra vez. Esto
significa que el ego se apoderará de ti y fingirá ser tú. El acto mismo de
reconocer, es uno de los mecanismos para despertar. Cuando reconozcas tu
inconsciencia, será precisamente el surgimiento de la conciencia, el despertar.
No es posible vencer en la lucha contra el ego (no hay que negarlo), lo único
que hace falta es la luz de la conciencia (tomar conciencia del ego). Es la
única manera de poder trascenderlo.
Tú eres esa luz.El ego siempre es identificación
con la forma, es buscarnos a nosotros mismos y perdernos en algún tipo de
forma. Las formas no son solamente
objetos materiales o cuerpos físicos, también son las formas de pensamiento que
brotan constantemente en el campo de la conciencia. Aquella voz que oímos
incesantemente en la cabeza, es el torrente de pensamientos incansables y
compulsivos. Cuando cada pensamiento absorbe nuestra atención completamente,
cuando nos identificamos con la voz de la mente y las emociones que la
acompañan, nos perdemos en cada pensamiento y cada emoción, nos identificamos
totalmente con la forma y, por lo tanto, permanecemos en las garras del ego. El ego es un conglomerado de
pensamientos repetitivos y patrones mentales y emocionales condicionados,
dotados de una sensación de "yo". El ego
emerge cuando el sentido del Ser, del "Yo soy", el cual es conciencia
informe, se confunde con la forma. Ese es
el significado de la identificación. Es el olvido del Ser, el error primario,
la ilusión de la separación absoluta, la cual convierte la realidad en una
pesadilla.
La mayoría de las personas se identifican completamente con la voz de
la mente, con ese torrente incesante de pensamientos involuntarios y
compulsivos y las emociones que lo acompañan. Podríamos decir que están
poseídas por la mente. Esta es la mente egotista (el
ego). Hay una
sensación de "yo" (ego) en cada pensamiento, en cada recuerdo, interpretación,
opinión, punto de vista, reacción y emoción. Hablando en términos espirituales,
éste es el estado de inconsciencia. El pensamiento, el contenido de
la mente, está condicionado por el pasado. Cuando decimos "yo", es el
ego quien habla, no nosotros. El ego consta de pensamiento y
emoción. Un paquete de recuerdos que identificamos como "yo y mi
historia". De papeles que representamos habitualmente sin saberlo, de
identificaciones colectivas como la nacionalidad, la religión, la raza, la clase
social o la filiación política. También contiene identificaciones personales,
no solamente con los bienes materiales sino también con las opiniones, la
apariencia externa, los resentimientos acumulados o las ideas de ser superiores
o inferiores a los demás, de ser un éxito o un fracaso. El
contenido del ego varía de una persona a otra, pero en todo ego opera la misma
estructura. En otras palabras, los egos son diferentes sólo en la superficie,
en el fondo son todos iguales.
¿En qué sentido son iguales? Viven de la identificación y la
separación. Así, el
ego lucha permanentemente por sobrevivir, tratando de protegerse y
engrandecerse. El ego
se identifica con las cosas materiales, tratamos de encontrarnos a través de
ellas, y esto da lugar al apego y a la obsesión, los cuales crean la sociedad
de consumo y las estructuras económicas donde la única medida de progreso es
tener siempre más. El deseo incontrolado de tener
más, de crecer incesantemente, es una disfunción y una enfermedad. Tratamos
de hallarnos en las cosas pero nunca lo logramos del todo y terminamos
perdiéndonos en ellas. ¿Cómo desprendernos del apego a
las cosas? Ni
siquiera hay que intentarlo. Es imposible. El apego a las cosas se desvanece
por sí solo cuando renunciamos a identificarnos con ellas. Lo
importante es tomar conciencia de que tenemos apegos. Sabremos
si estamos apegados a algo o a alguien, porque en el momento de perderlo,
sentiremos desesperación, sufrimiento. Cuando reconocemos que estamos
apegados a algo o a alguien, es cuando comienza la transformación de la
conciencia. El ego se identifica con lo que
se tiene. Oculto
dentro de él permanece un sentimiento profundo de insatisfacción, de "no
tener suficiente", de estar incompleto. "Todavía no tengo
suficiente", dice el ego, queriendo decir realmente, "Todavía no soy
suficiente".
El ego también se identifica con el cuerpo físico. Esto nos obliga a
asumir un papel en la sociedad y a amoldarnos a unos patrones condicionados de
comportamiento. Juzgamos
nuestro cuerpo físico y lo comparamos con otros, a fin de perfeccionarlo para
ser igual o mejores que los demás. Buscamos modelos a imitar, y seguimos las
modas. Esta
identificación con el cuerpo físico es también identificación con la mente, y
es enfermedad. El ego es la enfermedad. Identificarte con tu cuerpo, el
cual está destinado a envejecer, marchitarse y morir, siempre genera
sufrimiento tarde o temprano. Abstenerte de identificarte con
el cuerpo no implica descuidarlo, despreciarlo o dejar de interesarte por él.
Si es fuerte, bello y vigoroso, podemos disfrutar y apreciar esos atributos,
mientras duren. También podemos mejorar la condición del cuerpo mediante el
ejercicio y una buena alimentación. Aunque la identificación con el
cuerpo es una de las formas más básicas del ego, la buena noticia es que
también es la más fácil de trascender. Esto no se logra haciendo un
esfuerzo por convencernos de que no somos el cuerpo, sino dejando de prestar
atención a la forma corporal externa y a los juicios mentales (bello, feo,
fuerte, débil, demasiado gordo, demasiado delgado), para centrar la atención en
el interior, en la sensación de vida que lo anima. Podemos
comenzar a sanar cuando miramos nuestro cuerpo sin los juicios mentales, o
reconocer estos juicios sin creer en ellos. Es esencial sentir nuestro cuerpo
desde adentro, en lugar de juzgarlo desde afuera. Cuando no hay identificación con
la mente (apego al "Yo"), no hay identificación con el cuerpo. Y
cuando la belleza desaparece, entonces no hay sufrimiento. Cuando
no hay apego al cuerpo y éste comienza a envejecer, la luz de la conciencia
puede brillar más fácilmente.
El ego tiene el hábito compulsivo de hallar fallas en los demás y de
quejarse de ellos.
Cuando criticamos o condenamos al otro, nuestro ego se siente más
grande y superior que los demás. Esto desencadena a la violencia física entre
los individuos y la guerra entre las naciones. No se deben confundir las quejas
con el hecho de hacer ver a una persona una deficiencia o un error, a fin de
que pueda corregirlo. Abstenerse de quejarse no
significa necesariamente tolerar la mala conducta. No es
cuestión de ego decirle a un mesero que la sopa está fría y que debe
calentarse, siempre y cuando nos atengamos a los hechos y no al "yo".
Los hechos son neutros. Renegar es decir "Cómo se atreve
a traerme una sopa fría". Aquí hay un "yo" al
cual le encanta sentirse personalmente ofendido por la sopa fría y que disfruta
cuando encuentra la falta en el otro. Las quejas a las cuales nos referimos
están al servicio del ego, no del cambio. Algunas veces es obvio que el ego
realmente no desee cambiar a fin de poder continuar quejándose. No hay
nada que fortalezca más al ego que tener la razón. Cuando
nos quejamos, encontramos faltas en los demás y reaccionamos. El ego se
fortalece y se siente superior. Quizás no sea fácil reconocer que
nos sentimos superiores cuando nos quejamos, la razón es que cuando nos
quejamos es que tenemos la razón mientras que la persona de la que nos quejamos
(o la situación), está en el error. Claro está que para tener la
razón es necesario que alguien más esté en el error, de tal manera que al ego
le encanta fabricar errores para tener razón. Tener la razón es identificarse
con una posición mental, un punto de vista, una opinión, un juicio o una
historia. Necesitamos
que otros estén equivocados a fin de sentirnos más fuertes y superiores. Esta
sensación de superioridad es la que el ego ansía y la que le sirve para
engrandecerse.
Cuando decimos que la luz viaja más rápido que el sonido y otra persona
afirma lo contrario, es obvio que tenemos la razón y que la otra persona está
en el error. Observar
que el rayo cae antes de oírse el trueno, permite comprobar este hecho. ¿Hay
ego en esto? No
necesariamente. Si simplemente afirmamos lo que conocemos como verdad, sin
identificación con la mente, entonces no hay ego. Pero si decimos: "Créeme, yo
sé que la luz viaja más rápido que el sonido" o "¿Por qué no me crees
cuando digo que la luz viaja más rápido que el sonido?". Entonces aquí sí
hay identificación con el “Yo” (el ego, la mente). La frase se ha
personalizado, ahora es subjetiva en lugar de ser objetiva. El ego
se toma todo a pecho y hace que se desaten las emociones, se pone a la
defensiva y hasta puede haber agresiones. ¿Estamos defendiendo la verdad? No,
porque la verdad no necesita defensa. Ni a la luz ni al sonido les interesa lo
que nosotros u otras personas piensen. Nos defendemos a nosotros mismos o, más
bien, defendemos nuestro ego.
El resentimiento es la emoción que acompaña a las lamentaciones y a los
rótulos mentales, y refuerza todavía más el ego. El resentimiento equivale a
sentir amargura, indignación, agravio u ofensa. Resentimos la codicia de la
gente, su deshonestidad, su falta de integridad, lo que hace, lo que hizo en el
pasado, lo que dijo, lo que no hizo, lo que debió o no hacer. Al ego le
encanta. En
lugar de pasar por alto la inconsciencia de los demás, la incorporamos en su
identidad. ¿Quién
lo hace? Nuestra inconsciencia, nuestro ego. Algunas veces, la
"falta" que percibimos en otra persona, ni siquiera existe. Es una
interpretación equivocada, una proyección de una mente condicionada para ver
enemigos en los demás y elevarse por encima de ellos.
No reaccionar al ego de los demás, es una de las formas más eficaces de
trascender el ego propio y también de disolver el ego colectivo de los demás. Pero
solamente podemos estar en un estado donde no hay reacción, si podemos
reconocer que el comportamiento del otro viene del ego. Al no
reaccionar frente al ego, logramos hacer aflorar la cordura en los demás. La mayor
protección es permanecer conscientes. No reaccionar no es señal de
debilidad sino de fortaleza. Otra forma de expresar la
ausencia de reacción es el perdón. Pero no te esfuerces por
perdonar. El esfuerzo de perdonar y de soltar no sirve. El
perdón se produce naturalmente cuando ves que el rencor no tiene otro propósito
que reforzar el ego. Cuando comprendes que el rencor
solo sirve para reforzar el ego, es cuando espontáneamente se produce el
perdón, porque comprendes que no hay nada que perdonar. El peor
enemigo del ego es el momento presente. La verdadera liberación es tomar
conciencia de las emociones que refuerzan al ego, es entonces cuando puedes
liberarte. (Las observas, en el momento presente, y éstas se disuelven).
Los patrones de ego de los demás, contra los cuales reaccionamos con
mayor intensidad y los cuales confundimos con su identidad, tienden
a ser los mismos patrones nuestros, pero que somos incapaces de detectar
o develar en nosotros. Es mucho lo que podemos aprender
de nuestros enemigos. ¿Qué es lo que hay en ellos que
más nos molesta y nos enoja? ¿Su egoísmo? ¿Su codicia? ¿Su necesidad de tener
el poder y el control? ¿Su deshonestidad, su propensión a la violencia, o
cualquier otra cosa? Todo aquello que resentimos y
rechazamos en otra persona, está también en nosotros. Pero no
es más que ego, no tiene nada que ver con lo que somos ni con la otra persona. Trata
de atrapar a la voz de tu mente en el momento mismo en que te quejas de algo, y
reconócela por lo que es: la voz del ego, nada más que un patrón mental
condicionado, un pensamiento. Cada vez que tomes nota de esa
voz, también te darás cuenta de que tú no eres la voz sino el ser que toma
conciencia de ella. Tú eres la conciencia consciente
de la voz. Es así
como te liberas del ego. Cada vez que reconoces al ego,
éste se debilita y tú te haces más consciente. El ego no es malo, sencillamente
es inconsciente. Cuando observamos el ego,
comenzamos a trascenderlo. La lucha contra la inconsciencia
puede llevar a la inconsciencia misma. Jamás será posible vencer la
inconsciencia, el ego, mediante el ataque. Hay que tener cuidado de no
asumir una especie de misión para "erradicar el mal", pues podría
convertirse precisamente en el "mal" mismo. Todo
aquello contra lo cual luchamos se fortalece, y aquello contra lo cual nos
resistimos, persiste. Hay una guerra contra las drogas,
una guerra contra la delincuencia, una guerra contra el terrorismo, una guerra
contra el cáncer, una guerra contra la pobreza, y así sucesivamente. Toda
"guerra contra" esto o aquello, está condenada al fracaso. Debemos
reconocer al ego por lo que es: una disfunción colectiva, la demencia de la
mente humana. Cuando
logramos reconocerlo por lo que es, ya no lo vemos como la identidad de la otra
persona. Una vez que reconocemos al ego por lo que es, es mucho más fácil NO
reaccionar contra él. Dejamos de tomar sus ataques como algo personal y
comenzamos a sentir compasión cuando reconocemos que todos sufrimos de la misma
enfermedad de la mente, la cual es más grave en unas personas que en otras.
El ser humano tiende a creer que el "Yo" (el ego) es la
realidad, pero tan solo es una ilusión de la realidad. Cuando
logramos reconocer la ilusión por lo que es, ésta se desvanece. Cuando
vemos lo que no somos, la realidad de lo que somos emerge espontáneamente.
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